Texto leído en la presentación del libro Objetos transicionales, de Magdalena Atria, en la Galeria 314.
Para comenzar, tengo que decir que estoy aquí en mi calidad de observador intuitivo, y motivado por cierta voluntad de articular algún tipo de lectura (que puede o no resultarles de interés) a partir de mis propias observaciones del trabajo que Magdalena Atria expone en esta sala y que le da contenido al libro que hoy presentamos.
Este artefacto –este libro– se me aparece entonces como un segundo soporte para la obra que se exhibe en esta sala, un dispositivo de registro y exposición que tiene sus propias reglas y posibilidades, y que le permite a la autora –es decir la artista– desplegar o hacer visibles ciertas operaciones que se producen de un modo distinto en el espacio tridimensional de la galería: en las páginas del libro accedemos a un modo de presentación de las obras (que dialogan con el color como soporte), a un cierto relato, a una secuencia de lectura, a un enfrentamiento (o diálogo, si prefieren) entre una obra individual y otra. Pero también (y esto me interesa mucho) hace visible para nosotros el acto de nombrar, de designar cada una de estas piezas. Quizás podríamos decir que la producción de estos objetos termina de materializarse al darles un nombre, y que el proceso creativo se cierra (se completa) en el momento de designarlos.
Entonces, los nombres. Una serie de elementos textuales que fueron extraídos de múltiples ámbitos lingüísticos y de diversos repertorios verbales: nombres de fantasía de bebidas alcohólicas o de colores, nombres propios de figuras mitológicas o divinidades antillanas, dioses menores de culturas precoloniales, seres sobrenaturales del folclor húngaro, la madre primordial de un pueblo amerindio del centro de Colombia. Pero estos nombres son en realidad un enigma a resolver: tendremos que investigar un poco (investigar es otro asunto que me interesa) para saber que Anahit es el nombre de una diosa de la fecundidad de la Armenia pagana de hace veinte siglos. Es así que el acto de nombrar cierra (completa) el acto creativo, pero abre el de la interpretación del lector. Dispersa el sentido y multiplica sus posibilidades.
Esto tiene mucho que ver con la manera en que yo mismo leo la producción artística de Magdalena a lo largo de los años: siempre lo entendí como un trabajo con la exploración de las posibilidades en términos de sustratos, soportes, materialidades y formas expresivas. Un trabajo de investigación. No del modo policial, que tiende a buscar una solución única a una pregunta única, sino a la manera del trabajo científico, que busca y encuentra en distintas direcciones.
Pienso también en la ciencia porque me parece ver en estas piezas una búsqueda que se mueve en el ámbito de las formas celulares y sus posibles variantes. Leo: «Las células presentan una gran variabilidad de formas y algunas no ofrecen una forma fija. Pueden tener forma de estrellas o prismas, pueden ser aplanadas, elípticas o redondeadas». Entonces me parece que este libro puede ser observado como un catálogo de formas microscópicas que se cierran sobre sí mismas, se combinan o se expanden, constituyéndose siempre como estructura.
Y como superficie, por supuesto, porque Magdalena Atria también pone en juego en estas figuras lo liso y satinado –que aparece impenetrable y protegido– y lo poroso al ojo o al tacto, lo craquelado que se ofrece a la acumulación del tiempo. Se trata de un trabajo metódico y calculado con el color (el pigmento) y la textura (la materia), que incorpora el azar en sus procedimientos creativos, como debe ser en cualquier actividad investigativa que esté dispuesta a correr riesgos.
El trabajo de Magdalena Atria consigue así producirse como acontecimiento al poner en movimiento ciertos modos de producción que posibilitan la aparición de lo nuevo. Este libro es un excelente registro de esa búsqueda y una bella forma de preservar sus resultados. Muchas gracias.
3 de diciembre de 2023